Con total admiración, cariño y respeto hacia el personal de salud, hoy me atrevo a decir que el mundo de la educación ha sido y seguimos siendo “la segunda línea en medio de esta pandemia”, que lucha diariamente por mantener viva la educación de todo un país.
Distanciados, encerrados, pero conectados hemos trabajado a tiempo y destiempo para mantener vivos no solo los aprendizajes de nuestros estudiantes, sino y con mayor esfuerzo, todo lo que significa atenderlos en sus realidades particulares y diversas, inyectando esperanza, administrando analgesia y curando las heridas propias del dolor causado por la pérdida de algún ser querido, reanimando la fe y la fraternidad amenazadas por el distanciamiento que nos impide abrazarnos y compartir e intentando prevenir un individualismo crónico.
Desde hace poco más de un año, la educación ha salido de las aulas para instalarse en los hogares de nuestros niños y niñas, lidiando diariamente, además del covid-19, con la tecnología, conectividad, brecha digital, capacitaciones, adecuaciones curriculares y la vida personal y familiar, porque también la tenemos.
Para quienes hemos elegido la bella misión de educar, muchas veces el camino se ha puesto cuesta arriba, pero sabemos que cada esfuerzo valdrá la pena si logramos que nuestros estudiantes, más allá de los contenidos mínimos obligatorios, logren los aprendizajes necesarios para una vida plena.
Por eso, hoy más que nunca estamos llamados a aprender y a educar, a encarnar y predicar los valores del Reino que trasciendan las salas de clases, que sostengan y alienten en medio de las dificultades y que transformen la vida misma. Pues, no todo ha sido adverso y si miramos con los ojos de la fe seremos testigos gozosos de la presencia de Dios día a día pues, aunque no podemos asistir al templo, hoy gracias a los medios tecnológicos, es Jesús quien ha entrado en el corazón de nuestros hogares venciendo todo obstáculo que impida celebrar la fe en comunidad.
Hoy 2021, vamos reviviendo la experiencia comunitaria de los primeros cristianos, compartiendo la fe en medio de la duda, dando testimonio de amor entre odios, viviendo el perdón en las ofensas, acompañándonos en las alegrías y en el dolor, en la pasión y sobre todo en la resurrección.
Por eso, es esta Semana Santa pidamos al Espíritu Santo que haga latir nuestro corazón, nos reanime y asista para poder vivir la “Pascua” de la adversidad a la felicidad, de la oscuridad a la luz, sabiéndonos hijos muy amados de Dios, llamados a vivir la esperanza y la alegría a la que nos invita san Pablo en su carta a los cristianos de Roma: «Tengan esperanza y sean alegres. Sean pacientes en las pruebas y oren sin cesar.» (Romanos 12,12)
¡Que Cristo Resucitado reencante, renueve, ilumine y guíe nuestra misión de educadores!
Bendiciones. ¡Paz y Bien!
Anahy G. Paché Durán
Profesora de Educación Religiosa.